sábado, 8 de agosto de 2009
Yes he could
Seguramente no nos encontramos en una época de grandes respuestas.
Las cosmovisiones omnicomprensivas se han ido a pique como refugios salvíficos de unas masas que apuestan por un escepticismo relativista, al menos en lo que llamamos primer mundo. Por el sur aún quedan ingentes contingentes de seguidores de toda suerte de totalitarismos y fundamentalismos.
A pesar de lo dicho pienso que nos podemos congratular con la elección de Obama, aunque lo afirme a toro pasado. No, yo no me considero presa del buenismo que embriaga en esta cuestión, como en tantas otras, a la gran mayoría de medios de comunicación españoles. Con práctica unanimidad se decantaron por el que fuera antaño senador por Illinois de una manera abrumadora y olvidando a menudo la prioridad de lo objetivo y lo noticiable. Nada nuevo bajo el sol, pero resulta comprensible ante los errores de bulto de la administración Bush y su, como diría Borat, Guerra del Terror, una estrategia de odio exportable a gran escala que ha hecho del mundo un lugar más polarizado e inseguro. Como justificación opinable por la actuación de la prensa podemos señalar que los republicanos ofrecían más de lo mismo con Mc Cain y un retrógrado anexo de la mano de Palin.
La posibilidad de que la negritud tuviera por primera vez un presidente estadounidense de su raza propició que de pronto, como a posteriori hizo Chávez, el mundo empezara a "enviar señales al hombre negro". Esta nota de color político no me entusiasma, aunque cabe reconocer que también acapara su importancia no sólo mediática a nivel de hito sino, lo que es más relevante, por lo que significa como bastión higiénico e integrador.
Por estos lares se decidió en las cúpulas de los mass media que ya las primarias demócratas se introdujeran (incluso casi por encima de las elecciones presidenciales) de lleno en nuestra agenda. Soslayando ese tópico relativo a que todos los humanos deberíamos poder votar por el futuro presidente de EE.UU. por la influencia que este nombramiento tiene en nuestras vidas, al final tuvimos la impresión televisiva (todo lo que queda fuera de la caja tonta, siguiendo además el modelo de americanización-espectacularización de la realidad, directamente no existe) de que quizás votaríamos allende el Atlántico y no para dirimir tantas normas que nos afectan directamente y que se cuecen entre Estrasburgo y Bruselas.
La expectación resultaba notoria y, en ese sentido, podríamos hablar de Obama tal vez como el primer líder político auténticamente global. De hecho, su staff de asesores ya demostró un notable conocimiento de las nuevas redes de intercomunicaciones, usándolas con extraordinario tino tanto para recabar financiación para las primarias como a posteriori en la campaña electoral.
Con estos credenciales y el transcurso de un prudente tiempo de cortesía para analizar la valía de las políticas de Obama me atrevería a considerarlas a priori como positivas, cuando menos esperanzadoras.
Si, por una parte, Barack Obama contó con un respaldo contundente por parte del electorado que le facultaba para actuar con confianza y contundencia; se ha de tener también en cuenta que los gajes del oficio de un presidente de EE.UU. se hicieron patentes desde sus primeros días con una nueva vuelta de tuerca del conflicto palestino-israelí para ponerle a prueba y la necesidad de remontar las condiciones leoninas de una crisis económica de carácter apocalíptico.
Una de las primeras decisiones del dirigente estribó en tratar de restañar una de esas heridas infames por las que se desangra la condición humana, la prisión de Guantánamo. Resulta obvio que su contribución al horror represivo mundial es mínima si se compara con los genocidios al uso, pero no es menos cierto que, cualquier democracia que se precie de respetar las convenciones de Derechos Humanos ha de empezar por eliminar estos reductos de miseria. Si Obama quiere recoger el guante soñador de Luther King, podía empezar simplemente con plantearse a medio plazo la ensoñación de un país sin pena de muerte y con una regulación homologable respecto a las armas de fuego. Pero esto es harina de otro costal.
Obama también ha dado un necesario volantazo en relación al inestable avispero en que la administración Bush convirtió Irak. A costa de poner fuera de la circulación a un siniestro tirano se ha propiciado improvisadamente un campo de entrenamiento para el terrorismo yihadista de diverso signo. Y lo que es peor, un caldo de cultivo, un nuevo memorial de agravios antioccidental del que se alimentan resentidas para crecer con inusitado vigor las ideologías totalitarias de la zona.
Por fin un presidente estadounidense tiene la valentía y la dignidad de castigar o al menos poner en tela de juicio los desmanes de unas tropas que, en ocasiones, se han entregado a una barbarie que les invalida como representantes de Occidente.
Por último, y los últimos resultados parece que así lo atestiguan, las complicaciones iniciales en la cuestión económica ya van dejando paso a perspectivas más optimistas. Políticas como las de condicionar las ayudas a la industria automovilística a la remoción de los empresarios que generaron sus crisis demuestran que se va superando la connivencia entre ciertos jerifaltes industriales y el anterior gobierno.
En síntesis, opino que el balance de los primeros meses de Obama como presidente se puede considerar como más que satisfactorio, especialmente si nos atenemos al cambio de un modelo autoritario y de aislamiento de bloques por uno más abierto, tolerante y multilateral. Teniendo en cuenta los condicionantes a los que se enfrenta el protagonista podríamos afirmar que ha empezado con buen pie.
Como me siento un tanto ruborizado y desacreditado hablando de política internacional de altos vuelos en este humilde blog he decidido ilustrar el post con una imagen del alter ego valencianista de Obama, un chico que también va consiguiendo sus objetivos esquivando dificultades a priori insalvables y haciendo valer un talante afable, emprendedor y laborioso.
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