domingo, 29 de noviembre de 2009

El nacionalismo moderado vasco (I). Orígenes y precedentes.



Este texto tiene como objeto de estudio el nacionalismo moderado vasco. La elección de esta locución para denominar el tema que va a ser analizado en las siguientes páginas ya indica de por sí la existencia de otras variedades de nacionalismo vasco que obligan a especificar a cuál de ellas nos vamos a referir, siempre que, como en este caso, no se pretenda abarcar el estudio del nacionalismo vasco en todas sus vertientes.
El formato y la amplitud de este trabajo aconsejan centrarse en la corriente troncal del nacionalismo vasco por diversas razones. Una vez elegida esta opción para realizar una aproximación fértil al fenómeno, lo ideal es iniciarla partiendo de sus orígenes para ampliar posteriormente los conocimientos sobre el mismo en virtud de criterios de relevancia y continuidad. Esta elección nos lleva a decantarnos por una visión del nacionalismo vasco centrada en la herencia que Sabino Arana, la figura emblemática de este movimiento, lega a su más importante obra política, el Partido Nacionalista Vasco (PNV), después de recibir una serie de influencias que coadyuvarán a informar la génesis de su ideario nacionalista.
El PNV, como elemento transversal al nacionalismo vasco durante toda su existencia, va a ser el nexo que servirá para ordenar la sincronía de la historia de este movimiento, sin que ello obste para que se mencionen y se hagan constar las relaciones e influencias entre el PNV como paradigma del nacionalismo moderado y las otras dos versiones de la ideología nacionalista vasca desgajadas de su tronco común y que José Luis de la Granja califica como moderada y heterodoxa .

ORÍGENES Y PRECEDENTES

En primer lugar, es conveniente aclarar que el nacionalismo vasco como movimiento político nace con Sabino Arana, quien lo dotará de una ideología y unas infraestructuras mediante las que desarrollarse. Sin embargo, cabe señalar la existencia de una serie de antecedentes que contribuyen a la aparición de esta ideología.
Durante los siglos XV, XVI y XVII una serie de escritores, entre los que se encontraban García de Salazar, Poza o Garibay, pusieron en circulación una serie de mitos con regusto de axiomas históricos sobre el origen del pueblo vasco, de su lengua y sus Fueros, tales como los referentes al tubalismo, el vasco-iberismo, el vasco-cantabrismo, la independencia originaria y el monoteísmo primitivo de los vascos, el origen pactado del Señorío de Vizcaya o el igualitarismo vasco, que con el tiempo han sido utilizados para legitimar el régimen foral como componente esencial del particularismo vasco.
Tesis como la que defiende que los vascos son los únicos descendientes de los antiguos iberos que poblaron originariamente la península o la que afirma la universal hidalguía de los naturales de los territorios vascos permitirán a posteriori la apología de una especificidad vasca fundamentada en argumentos históricos, a pesar de las refutaciones de estas teorizaciones que se han dado a conocer desde el siglo XIX.
La solución adoptada por la corona y las villas vizcaínas y guipuzcoanas para poner fin a los conflictos banderizos medievales supuso la extensión de la hidalguía a toda la población originaria de estas provincias, conformando unas comunidades monoestamentales en un contexto peninsular marcado por la disparidad jurídica. La pervivencia de estos ordenamientos refuerza la creencia en el imaginario nacionalista vasco en una desemejanza original con los españoles. Hay que apuntar también que, es clave en la vigencia de los Fueros hasta el siglo XIX la debilidad intrínseca de los recursos empleados por el Estado liberal español en su proceso de nacionalización.
Una primera consecuencia extraíble de esta tradición jurídica vasca es el fundamento racista de la nobleza y el igualitarismo vasco, ligados estos conceptos, al igual que la concepción castellana de los mismos, al origen solariego.
Los argumentos anteriores adquieren gran consistencia y calado en la obra tardíamente publicada del jesuita Manuel de Larramendi, que durante el siglo XVIII defendió fervorosamente los fueros y la nobleza universal de los guipuzcoanos (obsérvese ya aquí el sustrato provincialista del fuerismo vascongado, también característico del nacionalismo que estaba por llegar). Este autor, que algunos ideólogos del nacionalismo moderado reivindican como precursor de Sabino Arana, da la clave de la interpretación fuerista que se sitúa en las puertas del nacionalismo, exponiendo la posibilidad de la independencia conjunta de las provincias vascas frente a la amenaza de que resulte vulnerado el régimen foral por parte de la monarquía castellana. Además, son reconocibles en el ideario larramendiano una serie de rasgos que él considera de una manera prerromántica como autóctonos e inherentes a los vascos (religión, costumbres, lengua, folklore…) y que constituyen el semillero básico de cualquier nacionalismo que se precie.
Ya inmersos en el siglo XIX, hay que constatar que a lo largo del mismo coinciden tres coordenadas que contribuyen a la aparición del movimiento nacionalista: a nivel cultural e ideológico, la literatura fuerista; a nivel político, las guerras carlistas (1833-1839 y 1872-1876) y las subsiguientes aboliciones forales (1839-1841 y 1876-1877); a nivel económico-social, la revolución industrial de Vizcaya, considerada el factor fundamental por la nueva historiografía vasca.
La escritores fueristas, insertos muchos de ellos en la tradición literaria del romanticismo tardío, utilizarán la historia al servicio de la leyenda con la finalidad política de defender los restos de los Fueros que se hallan en peligro de desaparición, ensalzándolos y mitificándolos. A este patrimonio literario hay que sumar la labor vasquista que a posteriori llevarán a cabo dos grupos político-culturales como la Asociación Euskara de Navarra, que con Campión como figura más señera implementará una intensa promoción del vascuence y la bilbaína Sociedad Euskalerria. Los fueristas navarros hicieron ya sus primeros pinitos políticos a fines del siglo XIX, pero su fracaso en este ámbito les hizo centrarse en su faceta cultural, perfilando ya desde esa época las características peculiares del nacionalismo vasco defendido por los navarros, que implica un mayor respeto a la nacionalidad española.
Por lo que respecta a la importancia de las guerras carlistas y las posteriores aboliciones forales como factores que fomentaron el arraigo del particularismo vasco-navarro, es conveniente distinguir la coalición de elementos del campesinado y la oligarquía del ámbito rural que se unen para defender las estructuras socioeconómicas del Antiguo Régimen aún vigentes en sus territorios del fuerismo que nace en las filas del liberalismo moderado y que propugna la existencia secular de un pacto entre los territorios forales y la corona española, pacto que trata de reconvertir una vez que la Monarquía absoluta ha sido sustituida por la Monarquía constitucional. Una diferencia notoria con el nacionalismo aranista es que el fuerismo no cuestiona su pertenencia a la nación española, no reivindica un Estado independiente.
Otro antecedente contextual es el que supone la revolución industrial acometida en Vizcaya. La gran burguesía enriquecida vasca que se incorporó a los partidos dinásticos de la Restauración sustituyó a los antiguos notables que controlaban las instituciones forales como clase dominante. Esta burguesía se aprovechó grandemente de la autonomía económico-administrativa aprobada por Cánovas en 1878 para llevar a cabo una intensa acumulación de capital, nutriéndose para ello también de la contratación de un amplio contingente de mano de obra inmigrante.
Estas circunstancias, junto al retroceso de la religión católica, de las costumbres tradicionales y de la lengua vasca en el hinterland de Bilbao, hicieron reaccionar a sectores de clases medias o pequeña burguesía urbana con postulados ruralistas y antiindustrialistas: frente a la imagen negativa del Bilbao industrial, el modelo del caserío, donde se conservaban puras las esencias de la sociedad tradicional. Como rechazo a esa industrialización, a la oligarquía liberal y a los obreros foráneos socialistas, nació el primer nacionalismo vasco, impregnado de una mentalidad de carácter tradicionalista e integrista. En estos dos últimos adjetivos citados se puede rastrear la herencia carlista que recoge el nacionalismo vasco, merced también a la ideología juvenil de su epicentro Sabino Arana. Tras la derrota de 1876 el carlismo se sume en una crisis en la que se produce el abandono de buena parte de sus bases y la división del movimiento protagonizada por los “neos”, que se integran en el sistema de partidos canovista y los integristas, que abanderados por el lema de “Dios y Patria” anteponen la cuestión religiosa a la dinástica. También destacaron otros carlistas, que por sus inquietudes forales o regionales se unieron a los nacionalismos emergentes en la Península Ibérica. Este caso es el de Sabino Arana, que, por otra parte, se sentía cercano al integrismo por las posiciones regionalistas de éste y también priorizaba como los integristas la trascendencia del hecho religioso.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Desde que no nos vemos (Enrique Urquijo y Los Problemas)


No es norma de esta página introducir dos vídeos musicales seguidos, pero en esta ocasión la circunstancia está más que justificada.
Esta semana que agoniza nos trajo la efeméride del décimo aniversario del fallecimiento de Enrique Urquijo. Con Los Secretos patentó un estilo intransferible que encadenó a la perfección amor, desazón y embriaguez, aunque yo, por razones de edad, lo recuerdo más liderando Los Problemas.
Sirva la canción linkada de modesto homenaje, junto al acopio de un par de emotivos textos encontrados en ABC:

Enrique Urquijo: en un rincón del alma (Manuel de la Fuente): http://www.abc.es/20091117/cultura-musica/enrique-urquijo-rincon-alma-200911162005.html

El milagro de una canción (Carlos Marzal): http://www.abc.es/20091117/opinion-firmas/milagro-cancion-20091117.html

martes, 17 de noviembre de 2009

Las siete menos cuarto (Los Pistones)


Largas tardes de pubertad buscando recopilatorios ochenteros para grabarme mis propias selecciones y recrear el sucedáneo de un tiempo que imaginaba mejor para la juventud que el que me tocó vivir.
Como tantas tardes, te olvidaste de llamarme...
Tan jóvenes y tan viejos.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Me sustraen mi ABC!


El deceso del gran actor José Luis López Vázquez me trae a la memoria la genial escena de Torrente II en la que el indignado e histriónico hombrecillo al que interpreta recurre al Brazo Tonto de la Ley para descubrir a los vándalos que ultrajan el jardín de su residencia.
Aunque dominaba muchos más registros, José Luis López Vázquez destacó en su plasmación de personajes avinagrados, naftalinizados y burguesmente decentes, productos de una época a caballo entre los valores del nacional-catolicismo y las ínfulas de la tecnocracia.
Ese Valle-Inclán del audiovisual moderno que, heréticamente, considero a Santiago Segura sabe bien que un esperpento que resulte creíble para la working class requiere roles castizos, estereotipos germinados auténticamente a pie de calle. Sólo los actores de raza y con las tablas que únicamente la vida confiere pueden encarnar ese chusquerismo social, mínimo común múltiplo en todos los estratos sociales de las masas en rebeldía que preconizó Ortega y Gasset. Si Segura acertó recuperando a Tony Leblanc, tampoco falló con nombres como Gabino Diego o Antonio de la Torre.
Decía Enrique San Francisco que sin una existencia mínimamente agitada y emotiva uno podía correr el riesgo de empuñar una pistola en escena como el que blande un juguete.
El alter ego de José Luis López Vázquez se irritaba especialmente ante el policía José Luis Torrente (esa chusma ya no pertenece al cuerpo, solían contestar malhumorados los agentes del orden oficiales) porque los profanadores de su jardín particular se cebaban con él sacrílegamente hurtándole su ABC.
"La información objetiva es fundamental", respondía el policía colchonero.
Esta irónica escena me sirve de nexo para plantearme cómo se han instalado en la mente del populacho determinados estereotipos como los anteriormente reseñados.
Nunca la transgresión social resultó tan barata y relajante como hojear el ABC distribuido gratuitamente en la Escuela Oficial de Idiomas en el vagón del metro y sentir las miradas penetrantemente prejuiciosas de los compañeros de viaje.
Con lo cómodo que resulta leer un diario con grapas.
No te hacen sentir como si financiaras determinado vuelo del Dragon Rapide sino que te permiten más bien adoptar una pose aristocrática, al estilo de un incomodador Álvarez-Solís con bastón.
Gajes del maniqueísmo bienpensante en el que se haya instalada nuestra joven y corrupta democracia.
Y lo dice uno que prefiere de largo, retomando la necrológica, las españoladas al españolismo.