miércoles, 29 de abril de 2009

Per a ofrenar noves glòries a Múrcia


Tots baix dels plecs de la nostra partitura original de l´himne valencià.
Novament la història creua els camins de Múrcia i València. Tan propers i tan llunyans alhora.
El consistori murcià cedeix al valentí (no haguera sigut més vertebrador lliurar-lo a la Generalitat?) les fulles on va quedar plasmat originàriament l´himne valencià compost de cara a l´Exposició Regional, el centenari de la qual celebrem enguany.
Graciosament va ser comprat en subhasta per a ajudar econòmicament al poble valencià, greument afectat per la riuada de 1957.
Un acte com altre qualsevol per a què els representants de l´stablishment municipal i autonòmic facen ostentació de valenciania, que no és lo mateix que valencianisme.
Mentrestant sorgeixen reflexions al voltant d´eixe límit meridional de València, eixe territori quasi exòtic per a nosaltres amb el qual mantenim inclús algunes disputes pels quilòmetres més recòndits.
Tal volta perquè els valencians sabem perfectament les conseqüències de l´imperialisme lingüístic i el paternalisme neocolonialista rebutgem qualsevol aspiració política sobre El Carxe. Bé, en realitat a la nostra gent això se la bufa i a la majoria li sonarà eixe topònim a concessionari.
Al cap i a la fi, si algun model de nacionalisme ha d´aconseguir a casa nostra viabilitat política no mamprendrà el model herderià d´una llengua-una nació, sinó el del nacionalisme cívic i integrador.
Encara que actualment l´empresariat murcià aparega com un eventual aliat en la qüestió hídrica, no hem d´oblidar la seua espenta, junt a sectors alicantonalistes com el que políticament liderava Vicente Ramos (primer president d´UV), al projecte de la Región del Sureste, despersonalitzador identitària i territorialment del poble valencià.
Projectes desfiguradors ni molt menys nous, puix per exemple, la proposta d´Estatut cenetista de 1937 ja preveia una territorialitat que abastava València, Múrcia i Albacete, en correspondència amb la seua Confederación Regional de Levante. Terme este últim que, malauradament, utilitzen molt els meus amics murcians (o hauré de dir, caiguent en el localisme més ranci, majoritàriament cartageneros?).
En eixe sentit prefereix que bandegen eixa terminologia i opten per cuidar tots els mots, especialment del camp de l´horta, que s´han transvasat del valencià a la parla murciana i que han contribuït a enriquir un mapa dialectal molt variat.
Per últim, només afegiria que la foto té la intenció irònica de mostrar el Lebensraum de la València irredenta, que no desjarre cap zanguango, pijo!

domingo, 19 de abril de 2009

Campeones, hobe!


A partir de la hemeroteca de La Vanguardia y las indagaciones de la Federación de Peñas de la Real Sociedad se ha acabado por confirmar algo que ya se sospechaba: el origen vasco (errealzale, para más señas) del popular cántico "campeones, oé, oé, oé!".
Genuina creación del añorado Atotxa y que los mismos jugadores de la Real Sociedad vencedora de la Liga 81-82 entonaron en el vestuario tras ganar su segundo campeonato de la regularidad consecutivo con su letra original: "Campeones, hobe, hobe, hobe!" ("campeones, los mejores, los mejores, los mejores!", en euskera).
Aún queda la duda de si en ocasiones se pudo emplear el término autóctono "txapeldunak" en lugar de "campeones".
En todo caso, hallazgo valioso e interesante para la historiografía de un club y una afición que se esfuerzan por enmendar errores recientes y retornar a los puestos de mayor prestigio del fútbol estatal.

sábado, 18 de abril de 2009

Historias de la puta mili


Supongo que para el crítico cinematográfico al uso definir esta película como un bodrio supone un mero trámite.
Como yo me ciño a otros criterios, los de mi entretenimiento personal en este caso, he de decir que me lo he pasado en grande siempre que he visto este film. Mejor aún si lo visiono acompañado y así comento las jugadas más desternillantes.
Yo me libré de cumplir con el servicio militar obligatorio, pues soy de los últimos de una generación que todavía tuvo que realizar alguna gestión para prorrogar indefinidamente la elusión de, como decía aquella canción, "las vacaciones pagadas en Ceuta o en Teruel".
Sin embargo, la plasmación fílmica de la mili, desde que vi algunos capítulos de la serie con el mismo título que encabeza este texto en Tele 5, siempre me ha generado interés.
Por el tipismo y el costumbrismo que desprende y las anécdotas que mil sujetos de variado pelaje siempre estarán ansiosos por contarte. Por otro lado, la mili, como una convocatoria de una selección deportiva estatal o una sesión de doctorado de la UNED, destacaba también por ser el primer contacto de muchas personas con el carácter plurinacional del Estado español. Además, recuerdo la cierta ebullición social que causaba la cuestión de la objeción durante mi infancia. Tiempos en los que las pintadas de Mili KK decoraban los muros de nuestros barrios.
También me considero un seguidor del cine que moderniza a su manera ese género tan genuinamente hispano que es el esperpento. Con mejor o peor tino o gusto, valoro estas aportaciones y disfruto con ellas.
Historias de la puta mili es un comedia basada en las historietas del mismo título de Ramón Tosas 'Ivá', publicadas en la revista satírica "El jueves".
El metraje nos muestra las peripecias de un grotesco comando itinerante al que por error se le encomienda una misión que España ha de realizar en pos de la seguridad mundial.
Liderados por el chusquero Sargento Arensivia (Juan Echanove), un escuadrón formado por variopintos personajes (con Achero Mañas o Jordi Mollà en este apartado del reparto) será secuestrado por irredentos milicianos octogenenarios, lidiará con las reivindicaciones de grupos ecologistas y tomará la iniciativa del combate bajo los efectos de los monguis. Al mando de la intelligentsia militar española encontramos a Agustín González y José Sazatornil, dando un magnífico recital de disparate castrense.
En resumen, una divertida manera de tomarse con filosofía la dicotomía civil-militar que tantos desmanes y frustraciones ha ocasionado por estos lares al grito de Nasío pa matà.

lunes, 13 de abril de 2009

Ochentadictos


Formo parte de una curiosa especie de humanos que siente atracción por la década de los ochenta del siglo XX.
Tengo constancia de que esta querencia no es minoritaria y eso la convierte ya casi en tendencia. También he corroborado que la mayoría de los que la integramos hemos nacido en el decenio referido, aunque no hemos sido conscientes prácticamente de ninguno de sus acontecimientos por hallarnos aún en los primeros años de nuestras respectivas infancias.
Los recuerdos ochenteros resultan borrosos y fragmentarios, pero basta la aparición de unas imágenes televisivas con esa nitidez y brillo tan característicos y reconocibles para inspirarnos. Y si no nos reenganchamos a la primera con el revival llega la erre amarillenta y parpadeante para recabar nuestra atención.
Algunos amigos me han espetado varias veces que no tiene sentido magnificar una década que no destaca por sus jalones históricos. En ese aspecto tienen razón, a pesar de que quizás el encanto historicista de la misma resida en que los traumáticos sucesos de los años venideros se estaban gestando por entonces y sus síntomas más superficiales ya resultaban ostensibles ante los análisis más críticos.
Reagan y Thatcher dando una vuelta de tuerca al conservadurismo de los socios atlantistas. Pero también Lech Walesa o Desmond Tutu mostrando otra forma de hacer política. Conflictos bélicos que con el paso del tiempo parecen todavía más anacrónicos que en su día (Afganistán, Malvinas, Nicaragua…) y una Guerra Fría cuya disuasión por la capacidad de destrucción mutua hemos acabado “añorando” ante las imprevisibles consecuencias del terrorismo global.
Decenio de transición en el mundo y de Transición en España. Y con la consolidación de las instituciones democráticas y el modelo de ruptura pactada por las elites que implicaba como corolario la desmovilización de la política a pie de calle llegó también el inevitable desencanto y el Cojo Mantecas como símbolo de la frustración de los sectores sociales más ideologizados ante la rigidez y burocratización de la democracia formal.
Sin embargo, las imágenes de las concentraciones políticas de esa época me parecen emocionantes, aunque no comparta los objetivos de la mayoría de ellas. Otros mensajes, otras posibilidades y un escenario más abierto. Más pasión, más ingenuidad; en resumen, más ilusionante.
Una de las pocas reminiscencias que conservo de esa época me retrotrae al visionado de la última emisión de la Edad de Oro, programa musical-cultural fetiche de los ochenta hispanos. Quizás sorprenda que este recuerdo haya llegado tan aislado hasta mi memoria actualizada, pero que en aquel espacio se estuviera dilucidando la elección de la mejor canción de toda una época no era moco de pavo y mi mente parece que así lo entendió. Presenciando las reposiciones de algunos de los mejores momentos de aquel programa comprobé que el premio recayó en Groenlandia de Los Zombies.
No puedo estar más de acuerdo con el espíritu de la elección. Mereció la pena guardar en un recóndito rincón del cerebro (o en los anillos de Saturno) aquel detalle para redescubrirlo a posteriori.
Antes de esta anamnesis ya me había aprestado a acopiar discos del sello Contraseña que encontraba por casa de mi tía para imbuirme de aquel sonido tan electrónico del que por aquel entonces estaba imbuida la música internacional y que tanto me fascinaba. Paralelamente me grababa mis selecciones favoritas de pop español ochentero a partir de los mil y un recopilatorios ad hoc que aparecieron en el mercado.
De ahí a la profundización en las discografías o antologías de Siniestro Total, Los Nikis o Los Ramones como iconos del carácter desenfrenado y desinhibido que tuvo la década para los jóvenes.
Quizás resulte incomprensible añorar algo que jamás se experimentó a conciencia. Realmente la explicación ha de estribar en valorar de forma idealizada las aportaciones de la década anterior tamizadas por unos gustos que, gestados en los noventa, no se han identificado plenamente con las corrientes estéticas o musicales de la juventud del momento.
En mi instituto o caías del lado de los que fijaban Chocolate o Masía como segunda residencia o te alistabas a la abigarrada legión de seguidores del heavy metal o el rock duro. Sin despreciar alianzas coyunturales con los dos sectores antagónicos, la siempre exigua Tercera Vía buscaba su espacio natural a ritmo de Radio Futura, Los Flechazos o The Clash sin demasiada fortuna.
Y hasta aquí hemos llegado, a punto de culminar un nuevo decenio y reconstruyendo cada noche de jarana nuestro Penta particular.
Siempre parcialmente. Siempre a nuestra manera.
Es lo que tiene ser unos relativistas individualistas.
Como la cantaban Los Rebeldes: Ésta es mi generación!

lunes, 6 de abril de 2009

Etiquetas musicales


Recuerdo una entrevista a Enrique Bunbury en Lo + Plus, emitida hará más o menos un lustro, en la que brillantemente el maño afirmaba que para que los críticos no etiquetaran su disco ya se encargaba él de adelantarse. La ocurrencia estribaba en subrayar en sus tapas una referencia: Rock aragonés del siglo XXI. También Andrés Calamaro ironizó en El Salmón dedicándole una canción a un género tan desconcertante como el Metálico Cha Cha.
Poner etiquetas, categorizar, simplificar. Al fin y al cabo, forma parte de la esencia humana, elimina el matiz, facilita comprensiones parciales y disminuye la riqueza reflexiva.
El mundo de la música, por la cantidad de estilos y géneros que en él conviven, resulta propicio para amalgamar etiquetas diversas. Unas más justificables y otras más forzadas o absolutamente descabelladas.
Vivimos unos tiempos dominados por la fusión y el eclecticismo. Hasta aquí todo se puede considerar como normal en esta era basada en pensar globalmente y actuar localmente. La colonización de las esferas que postuló Niklos Luhmann ha determinado que parcelas como la economía o la política acaben invadiendo otras más susceptibles de absorción (arte, deporte, filosofía…). Un amigo solía espetarme cuando no entendía algo la frase “explícamelo con manzanas”. En fin, lo anterior también lo explicaron hace muchos años con estructuras y superestructuras.
El caso es que la industria musical genera monstruos como el sueño de la razón de Goya. Las razones son variadas y todos podemos tener nuestras teorías, algunas de las cuales vienen señaladas someramente más arriba. Propongo tomarse el tema con cierta filosofía y probar formulando nuevos estilos musicales nacidos de la síntesis (o más bien antítesis) y la diversificación. Con todo el respeto que posibilite este ejercicio de cinismo, ahí van unos cuantos que se me ocurren, procurando no ser demasiado ofensivo por mi parte y cubrir casi todo el espectro social-musical (se aceptan más etiquetas innovadoras, preferiblemente de gran calado ecléctico):


Pop constitucionalista: Tan vascos como españoles. Canciones de amor con un toque cursi para sonorizar “la nueva mayoría”.

Pop Ron´k: Carraspeo matinal, voz quebrada y mil imitadores apostados tras sus Sing Stars.

Góspel panocho: Iglesias + Zaplana. Subgénero valenciano que arrojó cuantiosos dividendos y éxitos, especialmente entre el público asiático. Soy un truhán, soy un señor, y casi fiel en el amor…

Pop PO.T: No son tan crueles como el dictador camboyano, pero al otro extremo del espectro se amaga el capitalismo más atroz y despiadado tras sus angelicales voces y telegénicos rostros.

EuroviSION: Para amantes de conspiraciones y contubernios intangibles. Alguno enloquece sólo con corroborar que Israel gana un prestigioso concurso musical europeo (¡!) gracias a la actuación de una persona que ha pasado por una operación de reasignación sexual.

Telepizz-pop: Imposta tu acento italiano y hazte de oro cantando en castellano. Aunque seas de Navalcarnero pronto estará a tu alcance con algún curso CEAC.

Sonido FrentePOPulista: Cantautores y grupos se unen para pedir el voto útil ante futuribles ascensos electorales de “la dereschona” (A. Guerra dixit). Nucleado en torno al PSOE se llevan a IU por delante.

Git Pop: Políticamente incorrectísimo. Sin embargo, me parece que es una etiqueta con muchísima fuerza e hijos de la misma encontraríamos a raudales (naturales y payos). Me resulta tan pegadiza que estoy seguro de que antes de que se me ocurriera casualmente la acuñaron ya algunos especialistas del medio musical.

RAC(j)oi!: Te la dedico Nota. Sólo para iniciados en sellos antisistema.

Camp´s Rock: Con más trama y malicia de la que los productores originales de Disney puedan imaginar. Cuidada e impagable estética dandy y algunos escándalos y juicios de vez en cuando, que ya se sabe que en el rock estas circunstancias ejercen una simbiosis muy atractiva. Quién sabe si este género puede dar lugar a corto plazo a una nueva “Ciutat de”… Camp´s Rock, qué tal si la ubicamos en Torrevieja, parece la localidad con más “movida”.

RRA (Rock Radical Apesebrado): Nacionalidad Histórica + Lengua Vernácula + Cultura de la Subvención.

viernes, 3 de abril de 2009

El rock´n roll de los idiotas (Joaquín Sabina)


Mi canción favorita, entre tantas indispensables, de Sabina. Un canto al amor en clave de metáfora descarnada e intrahistoria desclasada.

jueves, 2 de abril de 2009

Jean Thiriart, "de Brest a Vladivostok"


Ya he avisado en otras ocasiones de mi curiosidad por el conocimiento de ideologías que trascienden los ejes de lo políticamente correcto, sin que ello implique apoyo o comprensión por mi parte. Esta última aclaración resulta si cabe más prudente cuando te dispones a escribir sobre un personaje que entronca con el paneuropeísmo de evidentes raíces fascistas.
En el marco del buenismo maniqueo que caracteriza a nuestra sociedad hablar en términos relativamente laudatorios sobre Ernesto Guevara se considera saludable y normal (también la apología simbólica directa). Dándole la vuelta al espectro político presentaré sin este tipo de recursos a un protagonista en principio diametralmente opuesto, pero con una trayectoria igualmente plagada de utopías relacionadas con un proyecto al que, por su heterodoxia, me ha resultado muy interesante seguirle la pista. A lo mejor, al final descubrimos incluso alguna coincidencia entre el Che y Thiriart.
Como suele pasar en estos casos extremos, son los enemigos los que dan fuerza al relato.
Jean Thiriart (1922-1992) fue un antiguo colaboracionista belga que fundó en 1963 la organización Jeune Europe (JE). Lo que en principio parecía una formación más de extrema derecha devino pronto en un movimiento europeísta defensor de la creación de un bloque político-económico independiente y alternativo tanto al comunismo como al capitalismo.
El movimiento fundado por este óptico relegó a un segundo plano las cuestiones relacionadas con el III Reich y los elementos racialistas en su discurso. En su haber se encuentra también la apropiación de la cruz céltica como símbolo de esta "vía tercerista" neofascista.
En los albores de JE Thiriart contó con el apoyo de la Unión Minera del Alto Katanga (favorable a la secesión katangueña de Congo), sectores neocolonialistas de Congo, la policía secreta salazarista y la Organisation Armée Secrète (OAS).
Sin embargo, el antiamericanismo de JE ganó terreno a su anticomunismo y en 1965 la organización se refundó mediante el Parti Communautaire Europèen (PCE). Como impulsor entonces de un socialismo europeo no marxista, Thiriart empezó a apoyar al régimen castrista, a los Black Panthers y al Vietcong, convirtiéndose la URSS en un potencial aliado de su movimiento.
Thiriart trató de recabar solidaridades mediante contactos sirios, argelinos, egipcios, palestinos, rumanos, yugoslavos, soviéticos y chinos en su intento de promover una unidad de acción antiimperialista entre Asia, América Latina (donde se planteó instaurar una organización paralela con ideas cercanas a las que postulaba el peronismo), África y Europa. La piedra angular de su combate residía en la consecución de medios y bases logísticas para formar unas Brigadas Europeas internacionales.
Esta sinuosa y extravagante carrera política alzó la sospecha de la subordinación del belga a intereses de ciertos servicios de información. Otra circunstancia cuando menos paradójica estriba en que la retórica anticapitalista y antiimperialista de este paneuropeísmo propició la militancia en estas organizaciones de futuros dirigentes de grupos de extrema izquierda como Brigate Rosse. No en vano, el primer europeo fallecido en las filas de Al-Fatah fue Roger Coudroy, miembro de JE.
Si, por una parte, los movimientos nacional-revolucionarios del neofascismo beben de las ideas incubadas por ideólogos paneuropeístas como Thiriart, singladuras tan singulares e inclasificables como la de este teórico han llevado a autores como Xavier Casals a denominar su "movimiento de liberación europea" como una suerte de "guevarismo neofascista".