lunes, 16 de febrero de 2009

Teoría futbolística del caos


No es nada científico y menos aún puede serlo si hablamos de fútbol. Sin embargo, resulta evidente que las costumbres se han relajado entre las escuadras del fútbol hispano y ello ha propiciado un terreno abonado para la incertidumbre a corto y medio plazo.
Las teorías de largo alcance, las que ya atisbó Hornby en Fiebre en las Gradas cuando se refería a la sustitución del público tradicional por el espectador-consumidor, aluden a la endémica crisis económica de los clubes y a sus cuentas deficientemente auditadas, a la desafección del nuevo aficionado arribista-hedonista y, en definitiva, a la quiebra e inversión de valores del balompié.
Del ocio al negocio, del deporte de las clases populares a la espectacularización americanizada. El fútbol moderno como epifenómeno del capitalismo.
Un modelo que aplauden los partidarios de la ganancia rápida y la carencia de escrúpulos y que alientan los mass media, retroalimentándose en una espiral viciosa que arrastra sin paliativos a un populacho ávido de sublimación a base de portadas y discutibles éxitos pasajeros y que va perdiendo paulatinamente la capacidad de disfrutar con el ritual en sí que le brinda durante cada partido un club de sus amores que aparece ante sus ojos como cada vez más desfigurado e irreconocible.
No obstante, en esta entrada pretendía hablar sobre las manifestaciones más superficiales de este diagnóstico enfermizo que aqueja al balompié. Suelen ser las que antes se ven y en este caso se plasman en el terreno deportivo.
Ya pasaron los tiempos de las transiciones tácticas y normativas de los inicios de este deporte y poco a poco nos adentramos en un auténtico reino de la seguridad, en una inmutabilidad de sus constantes vitales que ha conferido al fútbol un carácter sobrio y solemne. La misma disputa de once contra once sobre el terreno de juego dota al fútbol de un indudable influjo democrático, en el que subyace gran parte de la base de su éxito. De ahí que los goles siempre se hayan celebrado de forma incontenible (en contraposición con otros deportes) y hayan dado lugar a la elaboración de jugosas metáforas.
El fútbol que yo conocí de infante y que me enamoró estaba plagado de jugadores de club, una especie en extinción en la actualidad o devaluada por un proteccionismo manufacturado y viciado. El esfuerzo y la constancia suponían por entonces valores que se calibraban con los años y que las aficiones sabían apreciar en su justa medida. Contra los demagogos del taconazo y la gambeta, los equipos se hacían fuertes desde la defensa y acrecentaban sus mitos basándose en ese carácter inexpugnable en lugar de generar abucheos. Si surgía una excepción a esta regla general estaba plenamente justificada por la eficacia de su maquinaria, valga el Dream Team como ejemplo. No se jugaba a la ruleta rusa con el puesto de portero (¿os suena?) y cuando las metas de los equipos vascos empezaron a flaquear se avistó la quiebra de estos proyectos modestos pero fundamentados en la confianza y la tradición. Las plantillas (salvo la del LUD, que siempre fue rara avis en este aspecto) no variaban sustancialmente a golpe de importación de dudosa calidad y proyectos utópicos y ello suponía garantía de seguridad y futuro. Ahora ya es imposible recitar alineaciones y memorizar dorsales. A muchos futbolistas les importa un pimiento su club y se han contagiado del epicureismo del graderío. Al fin y al cabo, las espectaculares remontadas que estamos viendo durante esta campaña vigente no son más que demostraciones palmarias de la debilidad de proyectos inseguros y elaborados in extremis.
Podemos aludir a nuestro Valencia CF como paradigma de la teoría del caos.
Hasta el mejor escribiente echa un borrón. Algo en lo que prácticamente nadie ha reparado, ¿cuántos penaltis se fallan ahora en comparación con hace una década?
La diferencia es abismal y la mala costumbre la instauró en Mestalla Rafa Benítez impulsando la teoría de que lanzara la pena máxima el jugador que se encontrara en mejor estado anímico. Nunca falló nuestro equipo tantos penaltis como en la época del laureado técnico madrileño. Baraja llegó a marrar un par contra el Celta de Vigo en Mestalla y tampoco se olvida fácilmente la eliminación copera en la tanda contra el Alicante, por nombrar sólo algunos casos especialmente sangrantes. La teoría del estado anímico, plausible tal vez en tandas de finales, quedó también bastante maltrecha aquella noche en la que le tocó a Rufete sentenciar al Athlétic de Bilbao en plena crisis de confianza y después de haber fallado un gol cantado pocos días antes en Donosti. Afortunadamente, la alargada figura de Cañizares redimió atajando otro penalti el error del de Benejúzar.
Después de ese lapso retornamos a la normalidad anotadora (a la que nos acostumbraron Fernando y Penev en los noventa y otros infalibles ejecutores de penaltis como Garitano o Koeman) gracias al buen hacer de David Villa. Sólo apreciaremos como toca la virtud de no fallar nunca un penalti cuando perdamos a su máximo representante. No hay nada que descargue más de responsabilidad a un futbolista ante la pena máxima que el saberse en un puesto cualificado en el escalafón de especialistas de un equipo, otorga legitimidad ante la afición y confianza en uno mismo.
Este continuado acierto de Villa en la suerte del penalti nos retrotrae a la conexión con nuestro anterior jerifalte en estas lides, Gaizka Mendieta. Por ende, a mí también me conduce quizás al último referente de ese fútbol que yo conocí y que encarnaron jugadores muy parecidos al rubio centrocampista. Un antiídolo, una persona normal que no quería fama ni pantomimas, trabajadora y constante, pero cuya trayectoria fue manipulada por una directiva acomplejada y deseosa de copiar modelos alóctonos. Ahora que Mendieta se va a unir a los veteranos del VCF para defender nuestra camiseta de nuevo en algunos bolos se impone una revisión de su carrera valencianista que no puede quedar manchada por su deshonrosa salida del club.
Sirvan estas últimas líneas como pequeño homenaje particular a todo lo que nos hizo disfrutar este jugador y aquel equipo y como panegírico dedicado a los últimos románticos de un fútbol que en realidad nunca morirá mientras quede uno de los que gozamos con él con un ápice de memoria.
Entonemos juntos el himno que nos legaron Los Planetas:

He puesto la tele
había un partido
y Mendieta ha marcado un gol realmente increíble

2 comentarios:

  1. Brillant reflexió i al mateix temps emotiu homenatge a una època que jo també vaig viure futbolísticament amb especial intensitat.

    Una de les millors nits de ma vida tindrà sempre eixa cançó de Los Planetas coma a banda sonora. Nit aquella res futbolística, per cert.

    Salutacions i enhorabona pel blog.

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  2. Gràcies per la felicitació angresola!
    Li desitge, parafrasejant als granadins, "Un buen día", encara que nosaltres som més que res nocturns.

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