jueves, 26 de febrero de 2009

Snitcher über alles


Hace un mes pude disfrutar de unos merecidos días de asueto por la Alemania del Este.
Viaje esperado durante bastante tiempo y que no decepcionó a una tripulación deseosa de dar rienda suelta a sus habituales pasiones turísticas, gastronómicas y futboleras.
En medio de una sucesión de vuelos y escalas y con el cansancio latente del VCF-SFC copero del día anterior fueron transcurriendo las horas previas a nuestra llegada a la capital de la Alemania reunificada.
Primeros conatos de práctica idiomática con nativos y retorno al enredo mental de los casos y las declinaciones. Afortunadamente, nuestros anfitriones nos pusieron las cosas fáciles y se comportaron con la hospitalidad a la que nos tienen acostumbrados.
Pronto comprobamos que el transporte público berlinés le da mil vueltas al valenciano, aunque este contraste tampoco constituya un elemento de juicio relevante se agradece que las esperas de trenes y autobuses no se eternicen.
Nuestro alojamiento se encontraba en un barrio multicultural de los que abundan en las grandes capitales de Europa. No estaba emplazado en la periferia y sus calles revestían un alegre y colorista mosaico de mercados callejeros y pequeños comercios, como si de un zoco disperso se tratase. También destacaban los kebaps diseminados por toda la zona (con precios y productos desconocidos en Valéncia), no en vano fueron los turcos residentes en Alemania los que popularizaron en Europa este plato.
Llegó el momento de albergarnos y fue entonces cuando, después de subir prácticamente una decena de pisos, nos adentramos en una vivienda comunitaria ubicada en un viejo edificio abandonado. Al parecer, la existencia de numerosas fincas que antaño fueron propiedad de las instituciones de la RDA ha posibilitado su ocupación actual por jóvenes que pagan alquileres a precios realmente ajustados. Son espacios de sociabilidad prácticamente inexistentes en España, con zonas comunitarias, servicios básicos y una organización y reparto de funciones por parte de sus moradores que difícilmente encajaba en nuestro esquema mental excesivamente latino.
Ante el inminente advenimiento de un anochecer que trastocaba nuestro ritmo vital salimos a dar un garbeo turístico de esos que tanto nos aproximan al manido paradigma nipón. Tratando de optimizar el tiempo en la capital nos paseamos por amplias avenidas jalonadas por majestuosas estatuas de los prusianos reyes Federico, hicimos sendas paradas ante el Reichstag y la Puerta de Brandenburgo y nos detuvimos también en el Sony Center, aparte de hacer unas incursiones en el laberinto alegórico del Holocausto, plagado de peligrosas placas de hielo.
Como no sólo de cultura (y de fútbol) vive el hombre, nos pertrechamos de unas espectaculares patatas rellenas de variados ingredientes que vendían en los establecimientos de hostelería turca y de cervezas checas Gambrinus del tiempo.
La madrugada nos condujo hacia algunos tugurios berlineses y al día siguiente, y después de un contundente desayuno como manda la tradición local, tuvimos una nueva sesión de visitas turísticas. En esta ocasión se acudió hacia el Check Point Charly y se contempló lo que queda de Muro en el emplazamiento original.
Ahora que las dos Españas andan enzarzadas en disquisiciones acerca de la memoria histórica, ante el Muro pude observar un ejemplo de respeto por el estudio del pasado sin que ello hiera sensibilidades, al menos a primera vista. Eso era lo que se desprendía de la exposición que discurría paralela al espacio físico ocupado por el Muro y que analizaba fotográfica y textualmente los personajes y acontecimientos relativos al III Reich. Ante la gran profusión de cartelería y material fotográfico no constaté ni una rotura ni una pintada. Para pintada histórica, la tantas veces vista de Madness en un trozo de Muro superviviente. La nota excéntrica la ponía la guía en castellano, deteniéndose con profusión dramática en subrayar los aspectos más escabrosos de la represión sobre los judíos. Mi humilde opinión es más partidaria de centrarse en informaciones de mayor provecho intelectual que de recrearse en variables cruentas, por aleccionadoras y simbólicas que éstas puedan ser.
No sólo ofrecía esa imagen de dignidad la exposición de un capítulo traumático de la historia nacional germana sino también la manera de proceder de los visitantes. Choca con nuestro comportamiento habitual que los teutones no hacen ostentación de expresarse a voz en grito como tantas veces hacemos muchos de nosotros en la vía pública.
Por la noche tocó viajar a Leipzig, urbe con más relevancia que fama situada en la extinta RDA y en la que pudimos disfrutar de una cena y posterior esparcimiento en uno de los locales que el ayuntamiento cede a la juventud para que sean utilizados como espacios de socialización.
Al día siguiente nos levantamos bien temprano para emprender un viaje sorpresivo a la República Checa (sólo nos adentramos un kilómetro en este Estado, pero ya nos podemos contar uno más en la lista de visitados, jejeje!) para divagar por una bucólica estación de esquí.
Vestidos con botas y tirantes y gran profusión de colores y complementos, a lo Jim Carrey y Jeff Daniels en Aspen, nos dispusimos a juguetear con la nieve a cascoporro que por allí se acumulaba, demostrando por ende nuestra torpeza y falta de costumbre en improvisadas razzias.
La tregua llegó con la degustación de una nutritiva comida a base de Snitchers (filetes empanados de impresionantes dimensiones) acompañados por diferentes guarniciones o Beilegen (champiñones, patatas fritas, croquetas, etc.) y regados por cerveza negra autóctona.
Después de pasar por una nueva residencia comunitaria de estudiantes en la que graciosamente fuimos alojados dedicamos la noche a las actividades habituales en una discoteca en la que la pinchadiscos mostraba orgullosa la bandera de Israel a la juventud allí congregada desde su cabina y en pleno apogeo de los bombardeos en la Franja de Gaza. Necesitaría más tiempo e información para poder analizar en condiciones los complejos y “mala consciència” de determinados sectores de la sociedad alemana respecto a la cuestión judía.
Nuestro último día en Leipzig lo utilizamos para pasear por los rincones de mayor solera de la ciudad: la estación de tren más amplia de Europa, el radio de acción del músico Mendelssohn y el casco antiguo. Para el que esté interesado, como es mi caso y el de algunos de mis amigos, en el conocimiento de los totalitarismos y autoritarismos del mundo, constituye una visita obligada en Leipzig el museo de la Stasi (Ministerium für Staat Sichercheit). Allí pueden contemplarse desde una recreación de mazmorra hasta instrumentos de camuflaje (narices postizas, olores fabricados al uso…), utensilios de espionaje, contextualizaciones históricas y fotos sobre represión y las de los espectaculares y perfeccionistas mosaicos que organizaba el Partido en el estadio local con lemas como “Klassenbrüder” (hermanos de clase), “Freundschaft” (amistad), “wir ehren Karl Marx” (nosotros admiramos a Karl Marx) o “Waffenbrüder” (hermanos de armas), todo ello acompañado por variadas escenografías y simbologías marxistas. Al parecer, y no es una invención sensacionalista, algún integrante de estas coreografías (monótonos tifos financiados y realizados por personal reclutado por parte de las instituciones comunistas) llegó a morir por su exposición continuada a los efectos del sol y el cansancio durante la preparación de alguna de ellas.
Preguntado uno de nuestros anfitriones por la impresión generada por películas que abundan con carácter catártico en la problemática de la fragmentación germana (La vida de los otros, Good bye Lenin o la menos conocida en España Sonnenallee (Avenida del Sol en castellano, una zona colindante con la división física entre las dos Alemanias, esta película la pude visionar en versión original en la EOI Valéncia y me causó una grata impresión)), éste me contestó que habían sido muy bien recibidas por el público en general. En este clima de reconciliación nacional se le tuvo que ocurrir a un integrante de nuestra expedición preguntar si se podían comprar en el museo camisetas de la Stasi. En fin, una cosa es fomentar que se restañen las viejas heridas y otra revivir estéticas paramilitares en plan ocioso, jejeje!
A pesar de las nefastas noticias que el VCF nos transmitía desde Mallorca hubo tiempo para el turismo balompédico. De lejos echamos un vistazo al estadio de la ciudad en el que España llegó a disputar un encuentro del último Mundial, pero nos interesaban más las instalaciones añejas en las que se saborea el fútbol con marchamo tradicional que a nosotros nos gusta. Nos pasamos por el vetusto Alfred Kuntz en el que el Dinamo de Leipzig consiguió la Liga de la RDA de 1964 (unos ninots de larga cabellera a imagen y semejanza de los jugadores de aquella gloriosa plantilla recuerdan la gesta). Campo pequeño y compacto, con vallas provistas de pinchos y cemento por doquier salpicado de esos paraavalanchas y ferros que tanto añoramos los hinchas.
La cuestión terminológica derivada de la separación alemana sigue alzando algunas controversias y el deporte no es una excepción. De hecho, el nombre de los clubes de Leipzig es testimonio de variaciones y contrariedades, barajándose los del antiguo Dinamo, Sachsen (topónimo de la región) o Chemie (el elegido actualmente por la masa más fiel e irreductible, obligada por los parámetros y condicionantes del fútbol moderno a refundar su club y acabar siguiendo sus partidos desde un estadio semejante a un prado asturiano). El rival directo del Chemie Leipzig es el también afamado Lokomotiv.
Como colofón al espléndido fin de semana teutón fuimos convidados a una copiosa e hipercalórica cena de Snitchers (véase la imagen que ilustra este relato) que puso un brillante broche de oro a unos días magníficos y nos sació durante largas horas.

2 comentarios:

  1. Com amb el Valencia ja no viatjarem més por Europa esta temporada hem d´organitzar-nos plans més culturals.
    Salutacions i endavant!

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