viernes, 8 de octubre de 2010

Xúquer 98

No es que se celebraran unas olimpiadas etílicas, aunque la reunión de plusmarquistas podría justificar el certamen. Más que eso, era un pistoletazo de salida para el reverso nocturno de la adolescencia. Ociosidad, ritmo y demás aliños; exceso, en general.
Ya habíamos probado las sesiones vespertinas a caballo entre nuestra impostada rebeldía en los fumaderos del Carmen y el pijerío imperante en Haddock de Cánovas o Jardines del Real. Sin embargo, había una zona en la que todos nos reencontrábamos cuando caía la noche. Daba igual que estudiaras en el CEU o en El Pilar o que lo hicieras en cualquier instituto de la periferia. Ese lugar no era otro que la Plaza Xúquer y callejuelas adyacentes, donde los de la Quinta de Naranjito le exprimimos el meollo a los últimos años de aquella Valencia sin zonas acústicamente saturadas.
No nos dejaron mucho tiempo para ello, pero intentamos aprovecharlo con rentables cenas a base de la trilogía hispana (ensaladilla, bravas y calamares) y regadas por la sangría más tóxica, azucarada y cabezona que pueda imaginarse en bares como el Villarta o Los Malagueños. Con la fritanga en la garganta aún tenías arrojo para jugar a la ruleta rusa en el zulo de Piolín (frente a la Mezquita) y retar a los colegas a un duelo de chupitos, dejando siempre la última bala para el Infernal y las imprevisibles reacciones que provocaba. Con esas credenciales ya estabas en condiciones de menear el bullarengue en Descaro, Kilómetro 0 o la Rechupitería. Si sobrevivías a tu marejada interna, podías culminar el eslalon nocturno aprovechando que en la puerta de la disco Ágora no destacaban por sus restricciones con la edad.
Tiempos dorados de un pasado mejor, cantaba el autor de Estadio Azteca. Momentos que, entre la nebulosa espirituosa, hemos archivado en el dossier de los recuerdos imprescindibles. Los que nos animan a seguir cerrando los bares, pese a los rigores y circunstancias del presente. Pero más bares cerraron las ZAS, contribuyendo a mitificar aquellos primeros años de nocturnidad y pubertad, auspiciando de paso fenómenos rebote como el botellón. La Zona Xúquer se reconvirtió en un escenario genial para organizar cenas con los amigos o tomar cervezas en las terrazas, pero nunca más recuperó la magia de antaño. Salvando las distancias y el ineludible efecto generacional, lo que queda de la herencia y el espíritu de esa época sólo lo podemos rastrear en Polo y Peyrolón, con El Aguacates como referente.
Y como este artículo, además de melancólico, pretencioso y digno de Abuelo Cebolleta, queda soso sin un poco de música conviene ambientarlo un poco con el recopilatorio que hizo furor entre nosotros aquel verano del 98. Me refiero al Generation Next que produjo Pepsi, con temas tan emblemáticos como “Train” (Undrop), “Devil came to me” (Dover), “Al Amanecer” (Los Fresones Rebeldes), “Stupid Girl” (Undershakers), “Chup Chup” (Australian Blonde) o “Puto” (Molotov).
Un disco alternativo promocionado por una multinacional. Como nosotros, un tanto a medio camino. Si ya el grunge resultaba pasota, ahora le quedaban cuatro días de regencia. Y mi generación, un poco a verlas venir, tan críticos como relativistas.
Tan jóvenes y tan viejos.

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