domingo, 23 de mayo de 2010

El nacionalismo moderado vasco (II). Sabino Arana y el primer nacionalismo vasco




A la hora de analizar el nacimiento del nacionalismo vasco es imprescindible e inevitable detenerse en la comprensión de la relevancia de la figura crucial de Sabino Arana y el momento histórico que le tocó vivir, ya que sólo así pueden entenderse una serie de mentalidades e inercias que han marcado la trayectoria del nacionalismo vasco con su huella indeleble y la de su mayor activo político, el PNV.
Para glosar más consecuentemente la decisiva aportación de Arana a la formación del nacionalismo vasco es interesante hacer mención también a una serie de coyunturas e hitos que jalonan su trayectoria vital y política. De su juvenil filiación carlista pasará a abrazar el credo nacionalista, según él, por la revelación hecha al respecto por su hermano Luis Arana, futuro miembro de alto rango del PNV. Otras circunstancias que marcarán su vida van a ser el delicado estado de salud que habitualmente manifestará el de Abando y el largo tiempo pasado fuera de su localidad natal, que le creará una impresión más brusca si cabe de la modernización acaecida en Vizcaya.
En lo concerniente a su producción intelectual, es reseñable la publicación en 1892 de Bizcaya por su independencia. Cuatro glorias patrias, obra que presentaba ya las principales claves de su particular interpretación de la historia vizcaína (el bizkaitarrismo predominaba en los primeros textos de Arana, pero pronto se decantaría por expandir sus ideales rebasando el límite provincial) y vasca, que pivotaba sobre la hipótesis de la soberanía originaria y la trayectoria histórico-política en libertad de Vizcaya desde tiempos inmemoriales hasta el siglo XIX. La pérdida de la independencia vizcaína no sólo la achacaba a la conquista militar y a la transgresión del derecho por parte de la Monarquía española, sino también a la propia españolización del “pueblo vizcaíno”, cuya regeneración constituía condición sine qua non para un futuro en libertad.
Para Arana, Fueros vascos y Constitución española eran incompatibles. Por eso, reivindicaba la derogación no de la ley de 1876 sino de la ley de 1839, que confirmaba los Fueros pero subordinados a la unidad constitucional de la Monarquía española. A su juicio, el verdadero fuerismo era sinónimo de separatismo, de forma que la recuperación de los Fueros anteriores a 1839 supondría la vuelta a una situación de plena independencia. Su interpretación de la historia vasca partía de los fueristas, pero rompía con éstos al rechazar todos los nexos de unión entre los territorios forales y la España del Antiguo Régimen: la coincidencia en una misma persona desde el siglo XIV de los títulos de Señor de Vizcaya y rey de Castilla era una mera unión personal, pero no supuso la incorporación institucional de Vizcaya a Castilla; las provincias vascas constituyeron Estados independientes de España y entre sí hasta el final de la primera guerra carlista en el País Vasco (1839). En esta retahíla de asertos se percibe el carácter dogmático e historicista de la doctrina araniana y la influencia que denota la misma por parte de los mitos históricos y la literatura decimonónica. En este sentido es destacable la potencialidad milenarista de la profundización en la tradición del imaginario sabiniano, que enlaza la mitología tradicionalista con la ideología milenarista, cuyo protagonista hace también gala de su autoconciencia mesiánica. El esquema milenarista es útil para abordar el aparente desajuste existente entre la burguesía nacionalista vasca y su ideología religioso-populista, que sólo encuentra explicación cuando se reconoce bajo el nacionalismo político vasco, y como su permanente fermento, una reacción nativista, de carácter sociorreligioso que responde a la dislocación de una sociedad tradicional idealizada en unos términos ideológicos que son necesariamente deudores de la mitología que sacralizaba aquélla .
En 1893 se produjeron las primeras presentaciones en sociedad de las pioneras ideas de Arana, destacando su discurso de Larrazábal y la aparición de Bizkaitarra, el primer medio de comunicación de masas que Sabino puso a disposición del nacionalismo vasco. La mecha de sus ideas prendió inicialmente sólo entre los estratos de la pequeña burguesía bilbaína ligada a actividades “preindustriales” o mercantiles tradicionales, amenazadas por el orden económico vigente, pero ello fue ya suficiente para que se decidiera a fundar el Euzkeldun Batzokija, organización de la que toma su antigüedad y su fecha de nacimiento (31 de julio de 1895) el PNV. Este partido se constituyó bajo unos inequívocos principios rectores: su carácter endógeno, el integrismo religioso y la interpretación de la soberanía en clave dinámica e independentista.
La apelación a la movilización y participación popular fue, sin duda, uno de los más significativos elementos de la aportación sabiniana. En este sentido se insertan las constantes iniciativas del fundador del PNV tendentes a dotar al movimiento nacionalista vasco de un aparato propagandístico y mediático que reforzase su popularidad.
La primera etapa del nacionalismo aranista es la de sus planteamientos más radicales y antiespañoles, naciendo así un nacionalismo vasco enfrentado a España. Este nacionalismo se revela como esencialista, residiendo su razón de ser en la raza vasca y la religión católica. La legitimidad de su formulación nacionalista es providencialista, considerando que la nación vasca, al igual que el resto de las existentes, es obra de Dios.
La visión del pasado histórico más reciente que domina en la mentalidad de Sabino es pesimista y lamenta que la decadencia del pueblo vasco se deba a desconocer su propia historia y a haber perdido su conciencia nacional, culminando su degeneración en el siglo XIX con la desaparición de los Fueros.
La faceta integrista de la ideología propagada por Arana se manifiesta a la perfección en un par de proclamas: “Bizcaya, dependiente de España, no puede dirigirse a Dios, no puede ser católica en la práctica”. Por eso, aclara que su grito de independencia “sólo por Dios ha resonado”. De estas declaraciones se desprende que la finalidad última de su doctrina no es política sino religiosa y ultraterrena: busca salvar a los vascos escatológicamente. Su recurso a la independencia no es más que el medio necesario para separarse de la España liberal, declarándose en consecuencia clerical, anti-liberal y anti-español.
Otra apoyatura de su proyecto político es el concepto racial, en base al cual se postula a favor de construir una Confederación de Estados vascos con los antiguos territorios forales de ambas vertientes pirenaicas. Para cuadrar esta materialización territorial con su inspiración racista crea hábilmente la voz “Euzkadi”, que significa conjunto de “euzkos” o vascos de raza, para así desestimar el uso de la locución “Euskal Herria” (pueblo que habla la lengua vasca).
Lo antedicho acabaría por configurar una futurible sociedad excluyente en la que sólo cabrían los vascos de raza y católicos confesionales y ello podría resumirse en el significado de las siglas del lema sabiniano JEL (Jaun-Goikua eta Lagi-Zarra, Dios y Ley Vieja).
Pero en la enunciación de la ortodoxia de su doctrina no acaba la carga aranista contra los que él considera enemigos de Euskadi y mediante la que va configurando su programa político. En la Vizcaya de la revolución industrial, Arana se enfrenta tanto a la oligarquía bilbaína liberal conservadora que gobierna la provincia económica y políticamente, como sobre todo al movimiento obrero socialista por ser ateo, revolucionario y en gran parte foráneo, surgiendo el fenómeno xenófobo del antimaketismo como la manifestación más virulenta del antiespañolismo aranista. Las raíces carlointegristas del primer nacionalismo vasco son visibles en su anticapitalismo congénito: ataca al gran capital vizcaíno por destruir la sociedad tradicional y atraer a obreros inmigrantes a trabajar en sus minas y sus fábricas. He aquí lo curioso que resulta que la idealización de una utopía tradicionalista que se queja por las consecuencias que acarrea la industrialización se elabore desde un ámbito urbano.
En resumen, podemos calificar el ideario sabiniano como reactivo, esencialista, dualista y antitético. La afirmación de la identidad vasca constituyó el núcleo fundamental de la formulación doctrinal del nacionalismo que Arana auspició, no dependiendo en sus teorías el ser nacional de la conciencia o de la voluntad de las personas para constituir una unidad nacional, sino de la preexistencia de unas señas de identidad objetivables: comunidad de raza, de lengua, derechos históricos, costumbres, tradiciones, etc.
La concepción racial de Arana se enmarca en el período de mayor auge de la literatura racista y está también azuzada por su particular visión del proceso de industrialización vizcaíno y la fuerte inmigración. Ante las innovaciones asociadas a este fenómeno, Sabino promueve una corriente antimaketa intolerante para preservar la pureza de la raza vasca de la agresión que observa por parte de la población inmigrante.
Las consideraciones de Arana sobre la lengua vasca están supeditadas a la preponderancia del requisito racial expuesto en el anterior párrafo. Proclama la necesidad de conservar, promocionar y difundir el euskera, pero también piensa en aplicar los clásicos esquemas segregacionistas que implicarían impedir su aprendizaje a todos aquellos que no formaran parte de la comunidad nacional racial vasca.
Por otra parte, en virtud de la ya glosada independencia originaria y la libertad inmemorial de los territorios vascos que Sabino Arana remite a su concepción constitucional de los Fueros, éstos serán considerados por él como códigos nacionales, expresión de la soberanía vasca y del derecho a regirse los vascos por sí mismos.
Por último, a lo dicho sobre el componente religioso que envuelve al imaginario del nacionalismo aranista hay que añadir que su creador aboga por una estricta separación entre las esferas civil y religiosa.
Estas notas son las básicas y distintivas del nacionalismo vasco de raíz sabiniana, las cuales supondrán el corpus del mensaje inicial que el PNV transmitirá a sus adeptos. Sin embargo, a pesar de su innegable permanencia en la tradición del nacionalismo vasco procedente de la estirpe política de Sabino y de su valor cohesivo, también estas características son susceptibles de ser matizadas o revisadas (aunque tampoco en profundidad) con el tiempo y la coyuntura como principales auspiciantes de las variaciones. Estas nociones son válidas tanto para analizar la trayectoria de Sabino Arana como la del PNV, las cuales pasaremos a tratar a partir del siguiente punto de este análisis.

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