lunes, 7 de septiembre de 2009
El Marx tardío y la vía rusa
La estructura de este libro contiene diferentes materiales y extractos de escritos que nos ayudan a entender las reflexiones de Marx sobre la Rusia rural y su futurible y particular vía revolucionaria.
El meollo del interés de la obra se encuentra en los últimos años de vida de Marx, en los que se produjo una creciente interdependencia entre sus análisis, las realidades de Rusia y el movimiento revolucionario ruso. Antes de ello, dominaba entre los doctrinarios marxistas el seguimiento casi incondicional de la visión sistemática, dialéctica y materialista de la sucesión de estadios que las sociedades mundiales experimentaban en su tránsito hacia el comunismo, con la “lucha de clases” como motor de la historia. Este guión determinista y unilineal estaba reñido con la heterogeneidad de las sociedades estudiadas por Marx, que ya en 1853 se percató de que existían formaciones sociales cuya evolución se caracterizaba por resultar más estática y no ceñirse a las pautas del modelo unilineal.
Entre estas sociedades “ahistóricas”, relacionadas con el concepto de Despotismo Oriental, se encontraba Rusia, a la que Marx definió como semi-asiática. Junto a algunas características medioambientales, estas sociedades destacaban por la primacía del ámbito rural en su organización social.
Una serie de acontecimientos influyeron en que Marx incidiera importantemente en estos objetos de estudio en su última etapa vital sin necesidad de pasar por encima de sus planteamientos expuestos en el primer volumen de El Capital. En primer lugar, prestó atención a la experiencia revolucionaria de la Comuna de París en 1871, también consideró como enriquecedor el descubrimiento de la prehistoria y la ampliación de su conocimiento sobre las sociedades rurales no capitalistas entrampadas en un mundo capitalista y, a modo de síntesis entre lo anterior, comenzó a surgir su creciente interés por las comunas rurales rusas y la posibilidad de que engendraran una experiencia revolucionaria directa en base a la teoría y la práctica del populismo revolucionario ruso.
Lo dicho anteriormente explica que desde la década de 1870 Marx empezara a centrarse en la vía revolucionaria rusa hasta el punto de acabar rechazando las “teorizaciones suprahistóricas” y evolucionistas de sus escritos en relación a Rusia.
Los potenciales aliados que se retroalimentaron en Rusia de las aportaciones marxianas fueron los populistas. Podemos concretar esta vaga etiqueta definitoria resaltando que el populismo constituye la principal tradición autóctona revolucionaria rusa y que sus partidarios creían en que el atraso diferencial de Rusia respecto a otras sociedades europeas podía ser una ventaja de cara a librar una revolución basada en una guerra de clases que permitiese a Rusia alcanzar un orden más justo sin necesidad de “superar el estadio” del capitalismo. Este movimiento se escindió en diferentes ramas según sus diferentes evoluciones políticas, pero fue el sector representado por el partido Voluntad del Pueblo el que acaparó las simpatías y apoyos de Marx.
Si todavía en 1868 Marx se mostraba escéptico e incluso contrariado al respecto de la relevancia de las comunas rurales en escenarios revolucionarios, en la siguiente década va a comenzar a tenerlas en cuenta por su democracia inherente y opuesta a la alienación capitalista y las jerarquías de privilegios. Surgen en estos momentos dos posibles vías de desarrollo de la realidad de estos medios, la que aboga por su devenir materialista, constatando que es cuestión de tiempo que el capitalismo provoque su decadencia y la que apuesta por instrumentalizarlos como “vehículo de regeneración social”. Marx se encontraba desde entonces más cercano a esta segunda idea y a la aceptación de una multiplicidad de vías de transformación social dentro del marco mundial de influencias mutuas y diferenciales relacionadas con la noción de “desarrollo desigual”.
De todas formas, y contrariamente a ciertas revisiones y opiniones sobre la obra de Marx, no es sostenible la afirmación de la existencia de una “ruptura epistemológica” en el pensamiento marxiano. Este error de percepción es habitual entre las interpretaciones ortodoxas del marxismo como ciencia determinista y deificada y se puede observar en las teorías de muchos de los que históricamente se han identificado como marxistas.
Sin embargo, podemos resumir estas transformaciones en sus ideas constatando que significaban su anticipación de las futuras historias de las sociedades como necesariamente desiguales, interdependientes y multilineales en sentido “estructural”; la consiguiente inadecuación del modelo unilineal “progresivo” para el análisis histórico, así como para los juicios políticos concernientes a la mejor forma en la que puede promoverse la causa socialista; los primeros pasos hacia la consideración de la especificidad de las sociedades que hoy llamamos “sociedades en desarrollo”, y, dentro del contexto temporal en que se fueron gestando, una reevaluación del lugar del campesinado y su organización social en los futuros procesos revolucionarios; un paso preliminar para una nueva consideración de las coaliciones de las clases gobernantes y el rol del Estado en las “sociedades en desarrollo”, y una nueva importancia otorgada al poder socio-político de descentralización dentro de la sociedad post-revolucionaria, en la cual el rejuvenecimiento de las comunidades “arcaicas” puede jugar un rol importante.
En el texto, el autor se remonta a materiales diversos y dispersos para escrutar las variaciones que se van gestando en las teorías de Marx. Esto no resulta fácil, ya que en el ocaso de su vida la producción intelectual de Marx se basó más en la escritura de anotaciones y en el intercambio epistolar que en la publicación de obras. Ello dificulta el análisis de sus ideas en aquellos tiempos, pero sirve también para entender la incomprensión que suscitaron algunas de ellas en los que se reclamaban herederos de sus teorías. Por ejemplo, Haruki Wada nos muestra el impacto que la impresión de que sería posible que Rusia saltara directamente de la propiedad comunal de la tierra al socialismo que manifestaba Chernyshevski causó en Marx.
El filósofo alemán enriqueció su peculio intelectual tanto a partir de las aportaciones que creyó oportunas como de los hechos que la coyuntura ponía sobre el tapete, como demuestra su excitación ante la posibilidad de que la derrota rusa en la guerra con Turquía de 1877 pudiera desencadenar una revolución en Rusia y después en toda Europa.
La intervención en la obra de Derek Sayer y Phillip Corrigan nos sirve también como inciso para recordarnos que en el marco de la complejidad de la cosmovisión marxiana también estaba establecida desde los inicios de sus teorizaciones la comprensión de una “estructura específica del capitalismo atrasado”, aplicable a Rusia y concretada en adelante por su disposición a aprender más de este caso singular. Por ejemplo, su estudio de las formas de la propiedad en Rusia y sus alabanzas a la organización alternativa que supuso la Comuna de París le servirán para oponer en Rusia la comuna rural, por medio de la cual el trabajo podía promover su propia emancipación, a la centralización del Estado en el desarrollo capitalista.
Entre los documentos que testimonian la interacción entre Marx y los populistas rusos, destacan sobremanera las cartas que se enviaron Marx y la activista revolucionaria Zasulich, que quiso que el creador del materialismo histórico orientara a los revolucionarios rusos sobre la vía a seguir para conseguir sus objetivos teniendo en cuenta la vital importancia que el ámbito de la comuna rural iba a representar en sus acciones futuras. La respuesta de Marx fue escueta y clarificadora, aunque el descubrimiento de borradores más extensos y trabajados denota que era un tema que le interesaba tanto que había llegado a documentarse exhaustivamente sobre el mismo con el fin de poder emitir juicios formados acerca de él. Marx contestó a Zasulich aclarándole que el análisis de El Capital no aportaba ninguna razón que pudiera ser utilizada en pro o en contra de la vitalidad de la comuna rusa y que estaba convencido de que ésta era el punto de apoyo para la regeneración social de Rusia, siempre que se le mantuviera libre de las amenazas capitalistas que tendieran a desnaturalizarla.
Esta evolución de las ideas marxianas que ya hemos glosado durante este texto en varias ocasiones se plasmó también en el prefacio a la segunda edición del Manifiesto Comunista, en la que abogaba por la vía rusa como señal para la revolución proletaria en Occidente.
Como complemento al intenso análisis que la obra va describiendo de las impresiones sobre Rusia del Marx tardío, se insertan en su contenido unas notas biográficas de Marx y un breve repaso a las trayectorias personales protagonistas de la tradición revolucionaria rusa coetánea a Marx, firmados por Derek Sayer y Jonathan Sanders, respectivamente.
A continuación, se incluyen también algunas reflexiones sobre el feed-back existente entre el populismo revolucionario ruso de la segunda mitad del siglo XIX y las inquietudes de Marx, acompañadas de textos que apoyan esta relación de enriquecimiento intelectual. De particular interés son los escritos de Chernyshevski que tanto concitaron la atención de Marx. También se citan algunos documentos programáticos y epistolares de la Voluntad del Pueblo, partido populista ruso con el que simpatizaba Marx.
Todo este material que aparece en el libro ayuda a Shanin a sacar algunas conclusiones finales sobre la relación entre las ideas del Marx tardío y la vía revolucionaria rusa. En primer lugar, al autor desecha, por pura lógica, la infalibilidad del marxismo y de sus interpretaciones más dogmáticas como ciencia de la sociedad. En cambio, piensa que las teorías que en el libro se relatan son un ejemplo de la síntesis entre las tradiciones revolucionarias vernáculas y la concepción científica del materialismo histórico. Es decir, una superación crítica del determinismo asociado al marxismo que aleja al ideario resultante de la utopía por su mayor cercanía a la realidad que se estudia.
Mediante estas reflexiones, Shanin define a Marx como un individuo capaz de adoptar y desarrollar nuevas ideas (en este caso sobre Rusia), enriqueciendo sus propios análisis con los de otros y criticándose a sí mismo siempre.
Sin duda, es una calificación que concuerda con el motto favorito del filósofo: de omnibus dubitandum.
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