sábado, 7 de noviembre de 2009
Me sustraen mi ABC!
El deceso del gran actor José Luis López Vázquez me trae a la memoria la genial escena de Torrente II en la que el indignado e histriónico hombrecillo al que interpreta recurre al Brazo Tonto de la Ley para descubrir a los vándalos que ultrajan el jardín de su residencia.
Aunque dominaba muchos más registros, José Luis López Vázquez destacó en su plasmación de personajes avinagrados, naftalinizados y burguesmente decentes, productos de una época a caballo entre los valores del nacional-catolicismo y las ínfulas de la tecnocracia.
Ese Valle-Inclán del audiovisual moderno que, heréticamente, considero a Santiago Segura sabe bien que un esperpento que resulte creíble para la working class requiere roles castizos, estereotipos germinados auténticamente a pie de calle. Sólo los actores de raza y con las tablas que únicamente la vida confiere pueden encarnar ese chusquerismo social, mínimo común múltiplo en todos los estratos sociales de las masas en rebeldía que preconizó Ortega y Gasset. Si Segura acertó recuperando a Tony Leblanc, tampoco falló con nombres como Gabino Diego o Antonio de la Torre.
Decía Enrique San Francisco que sin una existencia mínimamente agitada y emotiva uno podía correr el riesgo de empuñar una pistola en escena como el que blande un juguete.
El alter ego de José Luis López Vázquez se irritaba especialmente ante el policía José Luis Torrente (esa chusma ya no pertenece al cuerpo, solían contestar malhumorados los agentes del orden oficiales) porque los profanadores de su jardín particular se cebaban con él sacrílegamente hurtándole su ABC.
"La información objetiva es fundamental", respondía el policía colchonero.
Esta irónica escena me sirve de nexo para plantearme cómo se han instalado en la mente del populacho determinados estereotipos como los anteriormente reseñados.
Nunca la transgresión social resultó tan barata y relajante como hojear el ABC distribuido gratuitamente en la Escuela Oficial de Idiomas en el vagón del metro y sentir las miradas penetrantemente prejuiciosas de los compañeros de viaje.
Con lo cómodo que resulta leer un diario con grapas.
No te hacen sentir como si financiaras determinado vuelo del Dragon Rapide sino que te permiten más bien adoptar una pose aristocrática, al estilo de un incomodador Álvarez-Solís con bastón.
Gajes del maniqueísmo bienpensante en el que se haya instalada nuestra joven y corrupta democracia.
Y lo dice uno que prefiere de largo, retomando la necrológica, las españoladas al españolismo.
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