miércoles, 25 de marzo de 2009

Me gusta/ba el ciclismo


No pretendo con este título entrar en disquisiciones acerca del estado actual de este deporte.
Al fin y al cabo, yo no soy un verdadero aficionado al ciclismo y quedo deslegitimado para juzgar tantas polémicas que han dañado su imagen. Sin el seguimiento diario de las mismas y otras nociones por mi parte me situaría en una posición frívola si ahora me pusiera a pontificar sobre el doping y otras cuestiones de ética deportiva.
Al respecto de ese punto sólo puedo mostrar mi respeto por los ciclistas, pues sus esfuerzos siempre se me antojaron prácticamente sobrehumanos y dignos de personas que persiguen una vocación, más que trascendencia o intereses crematísticos concretos.
Sin embargo, reitero que no soy un ortodoxo ni siquiera ya un aficionado al uso, aunque sí que tuve una época de seguimiento del ciclismo que me apetece recordar a estas horas y como manera de hacer un lapso en mi tediosa sesión de estudio nocturno que ya doy por concluida.
Entre los 10 y los 15 años aposté por interesarme por el ciclismo. La razón principal estribaba en que mi fanática afición por el fútbol me permitía un resquicio para prestar atención a otra modalidad deportiva a la que ofrecer una lealtad más o menos intensa.
Eran tiempos de excesos preadolescentes, de largas horas de sol y juegos extenuantes.
La canción “Me he subido a un árbol” de Los Flechazos definiría certeramente aquellos años.
En verano intensificaba estos quehaceres en mi pueblo y la bonanza climatológica (y las “vacaciones cortas” de Pascua) daba el pistoletazo de salida paralelamente a las grandes competiciones ciclistas.
Por alguna extraña razón, me gustaba la heráldica desde crío y disfrutaba ya sólo con ver las banderas estatales de los ciclistas sobreimpresionadas en la pantalla. Como mi capacidad memorística no estaba tan mermada como en la actualidad, fue coser y cantar empezar a aprenderme todos los equipos y muchísimos corredores. En una sola temporada (los aficionados al ciclismo también contábamos nuestros años por temporadas a lo Nick Hornby) ya daba el pego como aficionado de rancio abolengo y me dispuse a disfrutar de los Bugno, Zülle, Lejarreta o Van Poppel. Pero algo me faltaba, en esa época tendía a buscar el referente valenciano en cualquier disciplina casi como algo enfermizo (la Batalla de Valencia afecta más de lo que uno se imagina a las hormonas de un chiquillo) y lo encontré de una manera bastante parcial en el equipo Seur y algo más tarde en el Kelme (el provincianismo nunca fue una opción). Así que la Vuelta a España ganada por Giovannetti constituyó por siempre mi triunfal recuerdo ciclista. Escuadras como Alfa Lum, Ariostea, PDM o Clas-Cajastur no me transmitían sensaciones de proximidad sentimental, a pesar del carácter entrañable que les confieren el paso de los años y sus llamativas estéticas ancladas en el tránsito entre los ochenta y los noventa. Cuando el Kelme empezó a recoger en forma de grandes victorias los frutos de años de trabajo bien hecho ya me había distanciado suficientemente del ciclismo como para sentir una alegría honesta.
Incluso llegué a pegarme mis palizas kilométricas en aquellos tiempos ahora tan lejanos. Claro está que circular por carreteras semidesiertas del Aragón profundo facilitaba las salidas con la Mountain Bike. Huelga decir que todos llevábamos mil complementos y pijadas para hacer de nuestra bicicleta la más especial y funcional, como si le pusiéramos espejos y banderines a una Lambretta.
Con la adolescencia tocó a su fin este hobby (coincidente por pura casualidad y suerte con la supremacía de Induráin), ya que aparecieron en el horizonte otras prioridades, algunas de ellas difícilmente compatibles con las escapadas en bici, que me alejaron paulatinamente de la práctica y el seguimiento ciclista.
No obstante, el que tuvo retuvo, y durante las clases de Historia de COU se organizaron en mi hilera de pupitres vibrantes competiciones con los conocimientos enciclopédicos sobre fútbol y ciclismo como nexo de unión. Fue como un revival que me retrotrajo a aquel lustro de afición, tan forzado sólo en apariencia y tan feliz en líneas generales.
Únicamente puedo asociar el ciclismo a buenos momentos de una etapa decisiva de mi vida y espero que se recupere su prestigio social tal como se merece la espléndida cantera que está surgiendo en los últimos años.
Me consta que la afición continúa siendo tan fiel, deportiva y entendida como siempre y seguro que el futuro les deparará las emociones que caracterizan a este deporte de auténticos militantes.

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